2. ATALEAN AGERTZEN DEN IPUINEAN ERRAZ AZALTZEN DIRA GURE ZENBAKUNTZAREN SISTEMAREN OINARRIZKO KONTZEPTUAK: ZIFRAK ETA BERE KOKAPENA.
EL CUENTO DE LA CUENTA
- Había
una vez, hace mucho tiempo, un pastor que solamente tenía una oveja, empezó el
hombre. Como sólo tenía una, no necesitaba contarla: si la veía, es que la
oveja estaba allí; si no la veía, es que no estaba, y entonces iba a
buscarla... Al cabo de un tiempo, el pastor consiguió otra oveja. La cosa ya
era más complicada, pues unas veces las veía a ambas, otras veces sólo veía
una, y otras ninguna...
- Ya sé
cómo sigue la historia -lo interrumpió Alicia-. Luego el pastor tuvo tres
ovejas, luego cuatro..., y si seguimos contando más ovejas me quedaré dormida.
- No seas impaciente, que ahora viene lo bueno. Efectivamente, el rebaño del pastor iba creciendo poco a poco, y cada vez le costaba más comprobar, de un solo golpe de vista, si estaban todas las ovejas o faltaba alguna. Pero cuando tuvo diez ovejas hizo un descubrimiento sensacional: si levantaba un dedo por cada oveja y no faltaba ninguna, tenía que levantar todos los dedos de las dos manos.
- No seas impaciente, que ahora viene lo bueno. Efectivamente, el rebaño del pastor iba creciendo poco a poco, y cada vez le costaba más comprobar, de un solo golpe de vista, si estaban todas las ovejas o faltaba alguna. Pero cuando tuvo diez ovejas hizo un descubrimiento sensacional: si levantaba un dedo por cada oveja y no faltaba ninguna, tenía que levantar todos los dedos de las dos manos.
- Vaya
tontería de descubrimiento -comentó Alicia.
- A ti te
parece una tontería porque te enseñaron a contar de pequeña, pero al pastor
nadie le había enseñado. Y no me interrumpas... Mientras el pastor sólo tuvo
diez ovejas, todo fue bien; pero pronto consiguió algunas más, y entonces ya no
le bastaban los dedos.
- Podía
usar los dedos de los pies.
- Si
hubiera ido descalzo, tal vez, convino él -. De hecho, algunas culturas
antiguas los usaban, y por eso contaban de veinte en veinte en vez de hacerlo
de diez en diez como nosotros. Pero el pastor llevaba alpargatas, y habría sido
muy incómodo tener que descalzarse para contar. De modo que se le ocurrió una
idea mejor: cuando se le acababan los diez dedos, metía una piedrecilla en su
cuenco de madera, y volvía a empezar a contar con los dedos a partir de uno,
pero sabiendo que la piedra del cuenco valía por diez.
- ¿Y no
era más fácil acordarse de que ya había usado los dedos una vez?
- Como dice el proverbio, sólo los tontos se fían de su memoria. Además, ten en cuenta que nuestro pastor sabía que su rebaño iba a seguir creciendo, por lo que necesitaba un sistema que sirviera para contar cualquier cantidad de ovejas. Por otra parte, la idea de las piedras le vino muy bien para descansar las manos, pues en vez de levantar los dedo para la primera decena de ovejas, empezó a usar piedras que metía en otro cuenco, esta vez de barro.
- Como dice el proverbio, sólo los tontos se fían de su memoria. Además, ten en cuenta que nuestro pastor sabía que su rebaño iba a seguir creciendo, por lo que necesitaba un sistema que sirviera para contar cualquier cantidad de ovejas. Por otra parte, la idea de las piedras le vino muy bien para descansar las manos, pues en vez de levantar los dedo para la primera decena de ovejas, empezó a usar piedras que metía en otro cuenco, esta vez de barro.
- Qué
lío!
-
Ningún lío. Es más fácil de hacer que de explicar: al empezar a contar las
ovejas, en vez de levantar dedo iba metiendo piedras en el cuenco de barro, y
cuando llegaba a diez vaciaba el cuenco y metía una piedra en el cuenco de
madera, y luego volvía a llenar el cuenco de barro hasta diez. Si al final
tenía, por ejemplo, cuatro piedras en el cuenco de madera y tres en el de
barro, sabía que había contado cuatro veces diez ovejas más tres, o sea,
cuarenta y tres.
- ¿Y
cuando llegó a tener diez piedras en el cuenco de madera?
- Buena
pregunta. Entonces echó mano de un tercer cuenco, de metal, metió en él una
piedra que valía por las diez del cuenco de madera y vació éste. O sea, que la
piedra del cuenco de metal valía por diez del cuenco de madera, que a su vez
valían cada una por diez piedras de cuenco de barro.
- Lo
que quiere decir que la piedra del cuenco de metal representa cien ovejas.
- Muy
bien, veo que has captado la idea. Si al cabo de una jornada de pastoreo, tras
meter las ovejas en el redil y contarlas una a una, el pastor se encontraba,
por ejemplo, con esto -dijo el hombre, tomando de nuevo el bolígrafo y
dibujando en el cuaderno de Alicia:
-
Quiere decir que tenía doscientas catorce ovejas -concluyó ella.
- Exacto, ya que cada piedra del cuenco de metal vale por cien, la del cuenco de madera vale por diez y las del cuenco de barro valen por una.
Pero entonces al pastor le regalaron un bloc y un lápiz...
- Exacto, ya que cada piedra del cuenco de metal vale por cien, la del cuenco de madera vale por diez y las del cuenco de barro valen por una.
Pero entonces al pastor le regalaron un bloc y un lápiz...
- No
puede ser, protestó Alicia, el bloc y el lápiz son inventos recientes; los
números se tuvieron que inventar mucho antes..
- Esto
es un cuento, marisabidilla, y en los cuentos pueden pasar cosas inverosímiles.
Si te hubiera dicho que entonces apareció un hada con su varita mágica, no
habrías protestado; pero mira cómo te pones por un simple bloc...
- No es
lo mismo: en los cuentos pueden aparecer hadas, pero no aviones ni cosas
modernas.
- Está
bien, está bien: si lo prefieres, le regalaron una tablilla de arcilla y un
punzón. Y entonces en vez de usar cuencos y piedras de verdad, empezó a dibujar
en la tablilla unos círculos que representaban los cuencos y a hacer marcas en
su interior, como acabo de hacer yo en tu cuaderno. Sólo que, en vez de puntos,
hacía rayas para verlas mejor,
Por
ejemplo, significaba ciento cuarenta y dos. Pero pronto se dio cuenta de que
las rayas, si las hacía todas verticales, no eran cómodas, pues no resultaba
fácil distinguir, por ejemplo, siete de ocho u ocho de nueve. Entonces empezó a
diversificar los números cambiando la disposición de las rayas:
A
medida que iba familiarizándose con los nuevos números, los escribía cada vez
más deprisa, sin levantar el lápiz del papel (perdón el punzón de la tablilla),
y empezaron a salirle así:
Poco a
poco fue redondeando las siluetas de sus números con trazos cada vez más
fluidos hasta que acabaron teniendo este aspecto:
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Pronto comprendió que no hacía falta poner los círculos que representaban los cuencos, ahora que los número eran compactos y no podían confundirse con las rayas de uno con las del de al lado. Así sólo dejó el círculo del cuenco cuando estaba vacío; por ejemplo, si tenía tres centenas, ninguna decena y ocho unidades, escribía: 3o8
- ¿Y no es más fácil dejar sencillamente un espacio en blanco? – Preguntó Alicia.
- No, porque el espacio en blanco sólo se ve si tiene un número a cada lado. Pero para escribir treinta, por ejemplo, que son tres decenas y ninguna unidad, no puedes escribir sólo 3, porque eso es tres. El pastor acabó reduciéndolo para que fuera del mismo tamaño que los demás signos, con lo que el trescientos ocho del ejemplo anterior acabó teniendo este aspecto: 308
Había inventado el cero, con lo que nuestro maravilloso sistema de numeración estaba completo.
El autor del cuento es Carlo Frabetti Publicado en el libro "Malditas Matemáticas". Alfaguara juvenil.
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